El lector y estudioso urantiano Christian Figueroa me ha indicado esta omisión:.
El párrafo 1518.6 se completa erróneamente en el siguiente 1519.1 por lo que la numeración de los párrafos cambia. Como resultado final, el párrafo 1519.3 se suma el 1519.2.
No sé si he logrado explicar bien esta trastocación de párrafos, por otra parte fácilmente corregible en la edición digital.
(1518.6) 136:6.7 Jesús se condolía de su pueblo; entendía plenamente cómo habían sido conducidos a esperar al Mesías venidero, cuando «la tierra producirá diez mil veces más frutos, y una vid tendrá mil pámpanos, y cada pámpano producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas, y cada uva producirá un barril de vino». Los judíos creían que el [...]
(1519.1) 136:6.8 Mesías inauguraría una era de milagrosa abundancia. Durante mucho tiempo se nutrieron los hebreos de tradiciones de milagros y leyendas de prodigios.
(1519.2) 136:6.9 No era él un Mesías que venía para multiplicar el pan y el vino. No venía para ministrar tan sólo las necesidades temporales; venía para revelar su Padre celestial a sus hijos terrenales, mientras trataba de conducir a estos hijos para que con él hicieran el esfuerzo sincero de vivir haciendo la voluntad del Padre celestial.
(1519.3) 136:6.10 Con esta decisión, Jesús de Nazaret demostraba para un universo espectador, cuán tonto y pecaminoso es prostituir los talentos divinos y la capacidad dada por Dios para el engrandecimiento personal o para beneficio y gloria puramente egoístas. Había sido ése el pecado de Lucifer y Caligastia. Esta gran decisión de Jesús ilustra dramáticamente la verdad de que la satisfacción egoísta y la gratificación sensual, de por sí solas, no pueden dar la felicidad a los seres humanos evolutivos. Hay valores más elevados en la existencia mortal —maestría intelectual y avance espiritual— que trascienden de lejos la gratificación necesaria de los apetitos e impulsos puramente físicos del hombre. Las dotes naturales de talento y habilidad del hombre deberían aplicarse principalmente al desarrollo y ennoblecimiento de sus más elevados poderes de mente y espíritu.
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(1518.6) 136:6.7 Jesus sorrowed for his people; he fully understood how they had been led up to the expectation of the coming Messiah, the time when “the earth will yield its fruits ten thousandfold, and on one vine there will be a thousand branches, and each branch will produce a thousand clusters, and each cluster will produce a thousand grapes, and each grape will produce a gallon of wine.” The Jews believed the Messiah would usher in an era of miraculous plenty. The Hebrews had long been nurtured on traditions of miracles and legends of wonders.
(1519.1) 136:6.8 He was not a Messiah coming to multiply bread and wine. He came not to minister to temporal needs only; he came to reveal his Father in heaven to his children on earth, while he sought to lead his earth children to join him in a sincere effort so to live as to do the will of the Father in heaven.
(1519.2) 136:6.9 In this decision Jesus of Nazareth portrayed to an onlooking universe the folly and sin of prostituting divine talents and God-given abilities for personal aggrandizement or for purely selfish gain and glorification. That was the sin of Lucifer and Caligastia.
(1519.3) 136:6.10 This great decision of Jesus portrays dramatically the truth that selfish satisfaction and sensuous gratification, alone and of themselves, are not able to confer happiness upon evolving human beings. There are higher values in mortal existence — intellectual mastery and spiritual achievement — which far transcend the necessary gratification of man’s purely physical appetites and urges. Man’s natural endowment of talent and ability should be chiefly devoted to the development and ennoblement of his higher powers of mind and spirit.
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