MARTES, 8 DE ABRIL DE 2008
LA MUERTE DE HERODES EL GRANDE
SEGÚN FLAVIO JOSEFO (AÑO 4 ANTES DE CRISTO)
Tomado de “Las Antigüedades de los judíos” Libro XVII, caps. VI al VIII.
(Comentarios de A.A. en cursiva y azul)
El historiador, de acuerdo a la mentalidad judía de aquella época, atribuye el doloroso mal que aquejó Herodes en sus últimos días, al castigo de Yavé por los crímenes que había cometido y que siguió cometiendo incluso en tal trance. De acuerdo a la sintomatología, los médicos contemporáneos suponen que Herodes sufría de una insuficiencia renal crónica en etapa terminal, agravada por una gangrena genital conocida como gangrena de Fournier, un mal extremadamente raro actualmente.
CAPÍTULO VI…
5. La enfermedad de Herodes se agravaba día a día, castigándole Dios por los crímenes que había cometido. Una especie de fuego lo iba consumiendo lentamente, el cual no solo se manifestaba por su ardor al tacto, sino que le dolía en el interior. Sentía un vehemente deseo de tomar alimento, el cual era imposible concederle; agréguese la ulceración de los intestinos y especialmente un cólico que le ocasionaba terribles dolores; también en los pies estaba afectado por una inflamación con un humor transparente y sufría un mal análogo en el abdomen; además una gangrena en las partes genitales que engendraba gusanos. Cuando estaba de pie se hacía desagradable por su respiración fétida. Finalmente en todos sus miembros experimentaba convulsiones espasmódicas de una violencia insoportable. Decían los que se entregaban al estudio de las ciencias divinas y los aficionados a vaticinios que todo esto era el castigo que Dios le imponía por sus muchas impiedades. Sin embargo, a pesar de su gravedad y de los dolores que parecía imposible que nadie pudiera soportarlos, esperaba curarse y llamaba a los médicos, ateniéndose a sus prescripciones. Atravesó el río Jordán y se hizo tratar por las aguas termales de Calirroe que, entre otras virtudes, son potables. Estas aguas se concentran en el lago llamado Asfaltites. Allí, puesto que los médicos decían que iba a mejorar, se sumergió en un baño lleno de aceite, pero se creyó que iba a morir. Los lamentos de sus servidores lo volvieron en sí. En vista de que no podía recuperar la salud, ordenó que a cada uno de sus soldados le entregaran quinientas dracmas; también ordenó que les diera gran cantidad de dinero a los jefes y amigos.
Aun en tal lamentable situación, Herodes no deja de maquinar acciones crueles contra sus opositores reales e imaginarios. Teme morir sin que nadie lo llore y lamente; para evitar ello convoca a todos los judíos notables del país y los encierra en el hipódromo de Jericó, bajo la orden de que una vez que expirara fueran muertos todos a flechazos: así todo el país tendría razón para llorar y lamentar de verdad, y no simuladamente.
Luego regresó a Jericó, donde lo acometió un ataque de furia, de indignación contra todo el mundo, tan grande, que imaginó, ya moribundo, una acción terrible. Mandó reunir a los judíos principales de todo el pueblo; fué convocado todo el mundo, y todos obedecieron la orden dada bajo pena de muerte al que no lo hiciera. El rey, para manifestar su crueldad con todos, inocentes o culpables, los encerró a todos en el hipódromo. Luego hizo llamar a su hermana Salomé y su esposo, Alexas, y les dijo que por los muchos dolores de que se sentía atormentado, no estaba muy lejos de la muerte, la que era algo tolerable y soportable para todo el mundo; pero le era sumamente dolorosa la idea de morir sin que lo lamentaran y lloraran, como rey. Sabía muy bien cuál era el pensamiento de los judíos; no ignoraba que deseaban su muerte; ya se habían sublevado contra él y ultrajado sus dedicaciones. Por lo tanto, les tocaba a ellos imaginar algo para librarlo de este dolor. Si ellos no se oponían a su proyecto, sus exequias serían espléndidas y tales como ningún otro monarca las había tenido nunca; el pueblo lloraría en todo el país, y de verdad, y no por juego o diversión. En seguida que hubiese expirado, mandarían rodear el hipódromo por soldados que ignoraran su muerte, y con orden de matar a flechazos a los que se encontraban dentro. Si lo hacían, con esta matanza le proporcionarían un doble placer; por un lado cumplirían su voluntad y, al mismo tiempo, se harían sus funerales con memorables lamentos. Estas fueron las órdenes que les dió, llorando miserablemente, invocando el amor del parentesco y la fidelidad que se debía a Dios, y pidiendo que no le negaran este honor. Ellos prometieron que lo llevarían a cabo.
6. Estas órdenes permiten conjeturar el carácter de este hombre, incluso para el concepto de aquellos que quisieran disculpar sus actos anteriores y su conducta hacia sus familiares, justificándolos con su amor a la vida. Era un carácter que no tenía nada de humano, porque cuando estaba por morir quiso sumir a todo el pueblo en el dolor privando a las familias de sus seres más queridos; ordenó matar a un miembro de cada familia, hombres que no habían cometido ningún delito contra él, ni habían sido acusados de nada. Sin embargo, los que conservan algún resto de virtud, suelen renunciar, en aquel trance, al odio que puedan haber sentido incluso contra verdaderos enemigos.
La última víctima notable de su reinado: su propio hijo Antípater, que se hallaba preso acusado de conspiración.
CAPITULO VII.
1. Mientras daba estas órdenes a sus parientes, llegaron cartas desde Roma enviadas por los legados que designara ante César. En ellas se decía que Acme, por orden de César, había sido muerta, por haber ayudado a Antipáter en sus crímenes; y que en cuanto a Antipáter, dejaba a su arbitrio de rey y de padre, desterrarlo o condenarlo a muerte. Al recibir estas nuevas, Herodes se sintió mucho mejor, animado tanto por la muerte de Acme como por el poder que se le otorgaba de condenar a su propio hijo. Pero volviéndole de nuevo sus tormentos, pidió que le dieran de comer. Se hizo traer una manzana y un cuchillo, pues estaba acostumbrado a cortar la manzana y comerla. Cuando tuvo el cuchillo, miró alrededor y se quiso herir. Lo habría hecho, si su sobrino Aquiab no lo hubiese tomado de la mano, pidiendo auxilio; en la cámara regia se alzaron gritos y lamentos como si realmente hubiera muerto.
Antipáter, en la creencia de que su padre había fallecido, recobró la audacia y quiso convencer al guardián de la cárcel que lo soltara, haciéndole grandes promesas, tanto para lo presente como para lo futuro, pues llegaría a ser rey. El guardián no sólo se negó a hacer lo que le pedía, sino que lo denuncié al rey. Entonces Herodes, que ya de antemano estaba indispuesto contra Antipáter, cuando oyó lo que le contaba el guardián de la cárcel, empezó a gritar y a golpearse la cabeza, a pesar de que estaba en sus últimos momentos; levantándose de la cama envió a algunos de los guardias para que inmediatamente, sin ninguna vacilación, mataran a Antipáter y lo enterraran sin honor alguno en Hircania.
Al fin muere Herodes, no sin antes modificar su testamento. La corona recaerá en su hijo Arquelao. El juicio que Josefo hace de su gobierno es tendencioso: proviene de un judío tradicional para quien, Herodes y su dinastía no eran sino unos advenedizos extranjeros, que simulaban haberse convertido al judaísmo.
CAPITULO VIII.
1. Habiendo cambiado de sentimientos, Herodes modificó su testamento. Constituyó a Antipas, a quien antes había dejado el trono, en tetrarca de Galilea y Perea; en cambio pasó la corona a Arquelao. La Gaulanítida, Traconítida, Batanea y Paniada pasaron a su hijo Filipo, hermano de Arquelao; entregó a su hermana Salomé la Jamnia, Azot y Fasael con cinco mil dracmas de plata en moneda. Tuvo también en cuenta a todos sus demás parientes, enriqueciéndolos abundantemente. Legó al César diez millones de dracmas de plata en monedas y además vasos de oro y plata y vestidos de gran precio. A Julia, la esposa del César, y a varios otros, les distribuyó cinco millones de dracmas.
Murió al quinto día de haber hecho matar a Antipáter. Su reinado duró, a partir de la ejecución de Antígono, treinta años, y después de haber sido creado rey por los romanos treinta y siete años. Fué un hombre inhumano con todos y de iras desenfrenadas; menospreció el derecho y lo justo. La suerte le fué sumamente propicia, pues de simple particular se elevó al trono real; a pesar de que lo rodearon innumerables peligros, escapó a todos, muriendo de edad avanzada. En cuanto a los asuntos domésticos, especialmente con relación a sus hijos, a su parecer fué un hombre feliz, pues creyó haberse impuesto a sus enemigos, pero en mi opinión debe considerársele sumamente infeliz y miserable.
Los judíos encerrados en el hipódromo de Jericó y destinados a ser sacrificados en honor al rey, son liberados. Afortunadamente no se pone en práctica la perversa voluntad de Herodes. Los soldados aclaman a Arquelao como nuevo rey, aunque este decide esperar la ratificación por parte del Senado de Roma.
2. Salomé y Alexas, antes que se diera a conocer la muerte del rey, dejaron en libertad a los que estaban encerrados en el hipódromo, enviándolos a sus hogares, diciéndoles que el rey ordenó que fueran a sus regiones y cuidaran de sus asuntos domésticos. Aquella gente recibió en esta forma un inmenso beneficio. Pero ya la muerte del rey había llegado a conocimiento de todos; de modo que Salomé y Alexas, reunido el ejército en el anfiteatro, en primer lugar leyeron la carta dirigida a los soldados, en la cual les daba las gracias por su fidelidad y les pedía que se comportaran en igual forma con Arquelao, a quien había nombrado rey. Luego Ptolomeo, que tenía a su cargo el sello real, leyó el testamento, que no podía tenerse por confirmado, hasta que lo aprobara el César. Súbitamente se elevaron aclamaciones en honor de Arquelao; los soldados y los jefes le prometieron la amistad y la fidelidad que otorgaron al padre y desearon que Dios le fuera propicio.
Los funerales de Herodes se realizan en medio de un boato que los judíos no habían visto desde hacia mucho tiempo atrás. El cortejo fúnebre es impresionante. Tal como fue la voluntad de Herodes, su cadáver es depositado en el mausoleo construido en el palacio-fortaleza de Herodio (Herodium), al sur de Jerusalén.
3. Luego se prepararon los funerales del rey, procurando Arquelao que la procesión fuera espléndida, con todo el ornato y con la debida pompa. El cadáver fué llevado en una litera de oro, adornada con muchas y diversas piedras preciosas, y un manto de púrpura. El muerto estaba vestido de púrpura, con una diadema y encima una corona de oro; en su diestra llevaba el cetro. Alrededor de la litera caminaban los hijos y sus muchos parientes. Detrás marcharon los soldados, según su nación y sus diversas denominaciones, dispuestos en esta forma: en primer lugar, los guardias; luego los de Tracia, los germanos y los galos, todos en uniforme de campaña. Finalmente la multitud del ejército, como si marcharan a la guerra, presididos por sus jefes y centuriones. Seguían quinientos siervos con perfumes. Se dirigieron hacia Herodio, a la distancia de ocho estadios; según había ordenado, fué sepultado en este lugar. Y en esta forma Herodes finalizó su vida.
Tiempo después, ese lugar sería tomado por los rebeldes judíos del año 66 y se presume que ellos fueron quienes profanaron y destruyeron la tumba. Los romanos rematarían la destrucción al tomar el reducto rebelde en el año 71. Recién en el siglo XIX, el lugar sería identificado y se iniciarían las excavaciones, que desenterraron las ruinas de lo que fue un complejo magnifico de edificios. Y tras varias décadas de búsqueda, los arqueólogos creyeron por fin haber identificado la tumba de Herodes (mayo del 2007).
Tomado de “Las Antigüedades de los judíos” Libro XVII, caps. VI al VIII.
(Comentarios de A.A. en cursiva y azul)
El historiador, de acuerdo a la mentalidad judía de aquella época, atribuye el doloroso mal que aquejó Herodes en sus últimos días, al castigo de Yavé por los crímenes que había cometido y que siguió cometiendo incluso en tal trance. De acuerdo a la sintomatología, los médicos contemporáneos suponen que Herodes sufría de una insuficiencia renal crónica en etapa terminal, agravada por una gangrena genital conocida como gangrena de Fournier, un mal extremadamente raro actualmente.
CAPÍTULO VI…
5. La enfermedad de Herodes se agravaba día a día, castigándole Dios por los crímenes que había cometido. Una especie de fuego lo iba consumiendo lentamente, el cual no solo se manifestaba por su ardor al tacto, sino que le dolía en el interior. Sentía un vehemente deseo de tomar alimento, el cual era imposible concederle; agréguese la ulceración de los intestinos y especialmente un cólico que le ocasionaba terribles dolores; también en los pies estaba afectado por una inflamación con un humor transparente y sufría un mal análogo en el abdomen; además una gangrena en las partes genitales que engendraba gusanos. Cuando estaba de pie se hacía desagradable por su respiración fétida. Finalmente en todos sus miembros experimentaba convulsiones espasmódicas de una violencia insoportable. Decían los que se entregaban al estudio de las ciencias divinas y los aficionados a vaticinios que todo esto era el castigo que Dios le imponía por sus muchas impiedades. Sin embargo, a pesar de su gravedad y de los dolores que parecía imposible que nadie pudiera soportarlos, esperaba curarse y llamaba a los médicos, ateniéndose a sus prescripciones. Atravesó el río Jordán y se hizo tratar por las aguas termales de Calirroe que, entre otras virtudes, son potables. Estas aguas se concentran en el lago llamado Asfaltites. Allí, puesto que los médicos decían que iba a mejorar, se sumergió en un baño lleno de aceite, pero se creyó que iba a morir. Los lamentos de sus servidores lo volvieron en sí. En vista de que no podía recuperar la salud, ordenó que a cada uno de sus soldados le entregaran quinientas dracmas; también ordenó que les diera gran cantidad de dinero a los jefes y amigos.
Aun en tal lamentable situación, Herodes no deja de maquinar acciones crueles contra sus opositores reales e imaginarios. Teme morir sin que nadie lo llore y lamente; para evitar ello convoca a todos los judíos notables del país y los encierra en el hipódromo de Jericó, bajo la orden de que una vez que expirara fueran muertos todos a flechazos: así todo el país tendría razón para llorar y lamentar de verdad, y no simuladamente.
Luego regresó a Jericó, donde lo acometió un ataque de furia, de indignación contra todo el mundo, tan grande, que imaginó, ya moribundo, una acción terrible. Mandó reunir a los judíos principales de todo el pueblo; fué convocado todo el mundo, y todos obedecieron la orden dada bajo pena de muerte al que no lo hiciera. El rey, para manifestar su crueldad con todos, inocentes o culpables, los encerró a todos en el hipódromo. Luego hizo llamar a su hermana Salomé y su esposo, Alexas, y les dijo que por los muchos dolores de que se sentía atormentado, no estaba muy lejos de la muerte, la que era algo tolerable y soportable para todo el mundo; pero le era sumamente dolorosa la idea de morir sin que lo lamentaran y lloraran, como rey. Sabía muy bien cuál era el pensamiento de los judíos; no ignoraba que deseaban su muerte; ya se habían sublevado contra él y ultrajado sus dedicaciones. Por lo tanto, les tocaba a ellos imaginar algo para librarlo de este dolor. Si ellos no se oponían a su proyecto, sus exequias serían espléndidas y tales como ningún otro monarca las había tenido nunca; el pueblo lloraría en todo el país, y de verdad, y no por juego o diversión. En seguida que hubiese expirado, mandarían rodear el hipódromo por soldados que ignoraran su muerte, y con orden de matar a flechazos a los que se encontraban dentro. Si lo hacían, con esta matanza le proporcionarían un doble placer; por un lado cumplirían su voluntad y, al mismo tiempo, se harían sus funerales con memorables lamentos. Estas fueron las órdenes que les dió, llorando miserablemente, invocando el amor del parentesco y la fidelidad que se debía a Dios, y pidiendo que no le negaran este honor. Ellos prometieron que lo llevarían a cabo.
6. Estas órdenes permiten conjeturar el carácter de este hombre, incluso para el concepto de aquellos que quisieran disculpar sus actos anteriores y su conducta hacia sus familiares, justificándolos con su amor a la vida. Era un carácter que no tenía nada de humano, porque cuando estaba por morir quiso sumir a todo el pueblo en el dolor privando a las familias de sus seres más queridos; ordenó matar a un miembro de cada familia, hombres que no habían cometido ningún delito contra él, ni habían sido acusados de nada. Sin embargo, los que conservan algún resto de virtud, suelen renunciar, en aquel trance, al odio que puedan haber sentido incluso contra verdaderos enemigos.
La última víctima notable de su reinado: su propio hijo Antípater, que se hallaba preso acusado de conspiración.
CAPITULO VII.
1. Mientras daba estas órdenes a sus parientes, llegaron cartas desde Roma enviadas por los legados que designara ante César. En ellas se decía que Acme, por orden de César, había sido muerta, por haber ayudado a Antipáter en sus crímenes; y que en cuanto a Antipáter, dejaba a su arbitrio de rey y de padre, desterrarlo o condenarlo a muerte. Al recibir estas nuevas, Herodes se sintió mucho mejor, animado tanto por la muerte de Acme como por el poder que se le otorgaba de condenar a su propio hijo. Pero volviéndole de nuevo sus tormentos, pidió que le dieran de comer. Se hizo traer una manzana y un cuchillo, pues estaba acostumbrado a cortar la manzana y comerla. Cuando tuvo el cuchillo, miró alrededor y se quiso herir. Lo habría hecho, si su sobrino Aquiab no lo hubiese tomado de la mano, pidiendo auxilio; en la cámara regia se alzaron gritos y lamentos como si realmente hubiera muerto.
Antipáter, en la creencia de que su padre había fallecido, recobró la audacia y quiso convencer al guardián de la cárcel que lo soltara, haciéndole grandes promesas, tanto para lo presente como para lo futuro, pues llegaría a ser rey. El guardián no sólo se negó a hacer lo que le pedía, sino que lo denuncié al rey. Entonces Herodes, que ya de antemano estaba indispuesto contra Antipáter, cuando oyó lo que le contaba el guardián de la cárcel, empezó a gritar y a golpearse la cabeza, a pesar de que estaba en sus últimos momentos; levantándose de la cama envió a algunos de los guardias para que inmediatamente, sin ninguna vacilación, mataran a Antipáter y lo enterraran sin honor alguno en Hircania.
Al fin muere Herodes, no sin antes modificar su testamento. La corona recaerá en su hijo Arquelao. El juicio que Josefo hace de su gobierno es tendencioso: proviene de un judío tradicional para quien, Herodes y su dinastía no eran sino unos advenedizos extranjeros, que simulaban haberse convertido al judaísmo.
CAPITULO VIII.
1. Habiendo cambiado de sentimientos, Herodes modificó su testamento. Constituyó a Antipas, a quien antes había dejado el trono, en tetrarca de Galilea y Perea; en cambio pasó la corona a Arquelao. La Gaulanítida, Traconítida, Batanea y Paniada pasaron a su hijo Filipo, hermano de Arquelao; entregó a su hermana Salomé la Jamnia, Azot y Fasael con cinco mil dracmas de plata en moneda. Tuvo también en cuenta a todos sus demás parientes, enriqueciéndolos abundantemente. Legó al César diez millones de dracmas de plata en monedas y además vasos de oro y plata y vestidos de gran precio. A Julia, la esposa del César, y a varios otros, les distribuyó cinco millones de dracmas.
Murió al quinto día de haber hecho matar a Antipáter. Su reinado duró, a partir de la ejecución de Antígono, treinta años, y después de haber sido creado rey por los romanos treinta y siete años. Fué un hombre inhumano con todos y de iras desenfrenadas; menospreció el derecho y lo justo. La suerte le fué sumamente propicia, pues de simple particular se elevó al trono real; a pesar de que lo rodearon innumerables peligros, escapó a todos, muriendo de edad avanzada. En cuanto a los asuntos domésticos, especialmente con relación a sus hijos, a su parecer fué un hombre feliz, pues creyó haberse impuesto a sus enemigos, pero en mi opinión debe considerársele sumamente infeliz y miserable.
Los judíos encerrados en el hipódromo de Jericó y destinados a ser sacrificados en honor al rey, son liberados. Afortunadamente no se pone en práctica la perversa voluntad de Herodes. Los soldados aclaman a Arquelao como nuevo rey, aunque este decide esperar la ratificación por parte del Senado de Roma.
2. Salomé y Alexas, antes que se diera a conocer la muerte del rey, dejaron en libertad a los que estaban encerrados en el hipódromo, enviándolos a sus hogares, diciéndoles que el rey ordenó que fueran a sus regiones y cuidaran de sus asuntos domésticos. Aquella gente recibió en esta forma un inmenso beneficio. Pero ya la muerte del rey había llegado a conocimiento de todos; de modo que Salomé y Alexas, reunido el ejército en el anfiteatro, en primer lugar leyeron la carta dirigida a los soldados, en la cual les daba las gracias por su fidelidad y les pedía que se comportaran en igual forma con Arquelao, a quien había nombrado rey. Luego Ptolomeo, que tenía a su cargo el sello real, leyó el testamento, que no podía tenerse por confirmado, hasta que lo aprobara el César. Súbitamente se elevaron aclamaciones en honor de Arquelao; los soldados y los jefes le prometieron la amistad y la fidelidad que otorgaron al padre y desearon que Dios le fuera propicio.
Los funerales de Herodes se realizan en medio de un boato que los judíos no habían visto desde hacia mucho tiempo atrás. El cortejo fúnebre es impresionante. Tal como fue la voluntad de Herodes, su cadáver es depositado en el mausoleo construido en el palacio-fortaleza de Herodio (Herodium), al sur de Jerusalén.
3. Luego se prepararon los funerales del rey, procurando Arquelao que la procesión fuera espléndida, con todo el ornato y con la debida pompa. El cadáver fué llevado en una litera de oro, adornada con muchas y diversas piedras preciosas, y un manto de púrpura. El muerto estaba vestido de púrpura, con una diadema y encima una corona de oro; en su diestra llevaba el cetro. Alrededor de la litera caminaban los hijos y sus muchos parientes. Detrás marcharon los soldados, según su nación y sus diversas denominaciones, dispuestos en esta forma: en primer lugar, los guardias; luego los de Tracia, los germanos y los galos, todos en uniforme de campaña. Finalmente la multitud del ejército, como si marcharan a la guerra, presididos por sus jefes y centuriones. Seguían quinientos siervos con perfumes. Se dirigieron hacia Herodio, a la distancia de ocho estadios; según había ordenado, fué sepultado en este lugar. Y en esta forma Herodes finalizó su vida.
Tiempo después, ese lugar sería tomado por los rebeldes judíos del año 66 y se presume que ellos fueron quienes profanaron y destruyeron la tumba. Los romanos rematarían la destrucción al tomar el reducto rebelde en el año 71. Recién en el siglo XIX, el lugar sería identificado y se iniciarían las excavaciones, que desenterraron las ruinas de lo que fue un complejo magnifico de edificios. Y tras varias décadas de búsqueda, los arqueólogos creyeron por fin haber identificado la tumba de Herodes (mayo del 2007).
19 COMENTARIOS:
esta todo claro y bien redactado, excelente
El Herodes de Hechos12:21-23 es Herodes Agripa I, nombrado por el emperador romano Cayo Calígula, nieto de Herodes el Grande. Es hijo de Aristóbulo IV y de Berenice.
Flavio Josefo no es Cristiano, sino Judío descendiente de Fariseos.
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